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El acuerdo sobre soja entre Trump y Xi Jinping es un freno temporal a la guerra comercial que tiene sus ecosistema en la economía argentina.

Escribe Gabriel Alejandro Chapunov*

El 30 de octubre de 2025, durante la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Busan, Corea del Sur, los presidentes Donald Trump y Xi Jinping sellaron un “alto al fuego” comercial de un año que incluye compromisos específicos en materia de soja.

Según el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, China se compromete a adquirir 12 millones de toneladas métricas de soja norteamericana para la temporada 2025/26, con un mínimo de 25 millones de toneladas anuales durante los próximos tres años.

Este pacto, que también implica una reducción de aranceles estadounidenses a productos chinos del 57% al 47% y una pausa en los controles de exportación de tierras raras por parte de Pekín, representa un alivio para los agricultores norteamericanos afectados por la escalada tarifaria iniciada en abril de 2025.

El comunicado oficial de la Casa Blanca detalla estos términos como un “paso pragmático hacia la estabilidad bilateral”, aunque advierte que el acuerdo podría extenderse de manera rutinaria si se cumplen las condiciones.

  • Interrogantes para Argentina

Para Argentina, principal exportador mundial de derivados de soja pero dependiente de China como destino clave, este desarrollo plantea interrogantes urgentes sobre la sostenibilidad de sus ingresos en divisas y la necesidad de monitorear de cerca su evolución, ya que podría erosionar los beneficios colaterales de la guerra comercial entre Washington y Pekín.

La tensión comercial entre Estados Unidos y China, reavivada por las tarifas del 34% impuestas por Trump a la soja china en abril de 2025, generó un vacío en el mercado que Argentina aprovechó de manera oportuna.

En los meses siguientes, las exportaciones argentinas de soja en crudo a China experimentaron un auge sin precedentes: de un promedio histórico inferior al 1% del total de importaciones chinas -alrededor de 0,5 millones de toneladas anuales entre 2014 y 2023-, saltaron a cerca de 4 millones de toneladas en los primeros nueve meses de 2025, impulsadas por la interrupción en las compras estadounidenses.

Este incremento en el volumen de grano crudo contrastó con la fortaleza tradicional de Argentina en productos procesados, donde el país lidera globalmente con exportaciones de harina y aceite de soja que representan más del 45% y 25% del comercio mundial, respectivamente.

En 2024, las ventas de derivados a China superaron los 20 millones de toneladas equivalentes, generando divisas por unos USD10.000 millones, mientras que el crudo apenas alcanzaba el 2% del total exportador argentino de soja.

La guerra de tarifas alteró esta dinámica de manera significativa. Los procesadores locales enfrentaron escasez de materia prima, con una caída del 15% en la molienda interna durante el tercer trimestre de 2025, lo que benefició temporalmente a los productores de grano pero tensionó la cadena de valor agregado.

En el panorama más amplio de las exportaciones argentinas, la soja -tanto en crudo como procesada- ocupa un rol pivotal, aunque su peso relativo no es tan abrumador como a menudo se percibe.

Las exportaciones totales del país rondaron los USD 80.000 millones en 2024, de los cuales el sector agroindustrial aportó cerca del 50%, equivalente a unos USD 40.000 millones.

Dentro de este rubro, los granos y oleaginosas representaron aproximadamente el 60%, o USD 24.000 millones, con la soja acaparando 40/45% de esa porción, lo que la sitúa en torno a 20/25% del total exportador nacional.

De esta tajada, el crudo históricamente ha sido marginal -menos del 5% hasta 2024-, priorizándose los derivados para maximizar el valor por tonelada.

Sin embargo, el boom de 2025 elevó la participación del grano sin procesar al 10/12% del complejo sojero, inyectando unos USD 2.500 millones adicionales en divisas, pero a costa de menor rentabilidad por unidad y un riesgo de sobreoferta local.

Esta reprimarización involuntaria, exacerbada por la demanda china de grano barato, subraya la vulnerabilidad de la matriz exportadora argentina, donde la dependencia de commodities sin valor agregado genera ciclos de bonanza y fragilidad.

  • El efecto sobre Argentina 
El acuerdo sobre soja entre Trump y Xi Jinping es un freno temporal a la guerra comercial
El acuerdo sobre soja entre Trump y Xi Jinping es un freno temporal a la guerra comercial

El acuerdo sobre soja entre Trump y Xi Jinping podría revertir esta tendencia favorable para Argentina en el corto plazo, proyectando una contracción de hasta el 20% en exportaciones de soja cruda a China para 2026, según estimaciones preliminares de analistas del USDA.

Con Pekín priorizando las 25 millones de toneladas anuales de origen estadounidense -un volumen que equivale al 25% de su demanda total, estimada en 100 millones de toneladas-, el espacio para proveedores alternativos como Argentina se estrecharía, potencialmente restando entre 1.500 y 2.000 millones de dólares en ingresos por exportaciones.

Este impacto se debe monitorear con particular pertinencia  en la presión cambiaria del año entrante, ya que la soja representa el 15/20% de las divisas netas del país, en un contexto de reservas internacionales sensible.

No obstante, el pacto es de sólo un año y está condicionado a avances en temas como el fentanilo y las tierras raras, lo que invita a una vigilancia atenta: cualquier reescalada podría reabrir oportunidades para Buenos Aires.

Esta coyuntura adquiere un matiz llamativo al contraponerla con el reciente apoyo estadounidense a la economía argentina.

En septiembre de 2025, Washington facilitó un paquete de asistencia a través del Tesoro y el FMI, destinado a estabilizar la presión cambiaria y respaldar las reformas del presidente Javier Milei.

Este gesto, enmarcado en una agenda de alineación estratégica global de contrapeso al eje chino-ruso, contrasta con el énfasis del acuerdo Trump-Xi en revitalizar a los agricultores norteamericanos, desplazando indirectamente a competidores sudamericanos.

Desde la perspectiva de la desprimarización -un objetivo largamente postulado en la doctrina económica argentina para transitar de la exportación de materias primas a productos de mayor valor agregado-, este desarrollo de acontecimientos podría actuar como un catalizador involuntario.

La reducción en la demanda china de grano crudo podría incentivar la molienda local, elevando la participación de derivados al 90% del complejo sojero y fomentando inversiones en biocombustibles o alimentos procesados.

Sin embargo, sin políticas proactivas -como incentivos fiscales al procesamiento o diversificación hacia mercados asiáticos emergentes como India o Indonesia-, el riesgo de reprimarización persiste, y con él la exposición a shocks exógenos.

La oportunidad requiere que Argentina reclame agenda: negociar con Pekín cupos estables de derivados y con Washington alianzas en tecnología agroindustrial, podría transformar la geopolítica comercial de contexto en un vector de desarrollo endógeno.

La recepción del acuerdo en los medios chinos refleja un tono cauto y equilibrado, enfatizando el “consenso mutuo” sobre los riesgos de las guerras tarifarias.

Xinhua y el Global Times, voceros oficiales de Pekín, destacaron las declaraciones de Xi sobre el “diálogo profundo” entre equipos económicos, presentando el pacto como un avance pragmático que evita “ganadores y perdedores” en el comercio bilateral.

No se mencionan explícitamente las compras de soja, pero se alude a la reanudación de flujos agrícolas como parte de un “equilibrio recíproco”, minimizando cualquier percepción de concesión unilateral.

Esta narrativa subraya la fortaleza china en la negociación, alineada con la visión de Xi de una potencia que dicta términos sin ceder soberanía.

En contraste, los medios financieros internacionales adoptan una óptica más escéptica, enfocada en la fragilidad de la tregua.

The Washington Post celebra el alivio para los agricultores estadounidenses -que perdieron miles de millones en ventas a China en 2025-, pero advierte sobre el giro de Pekín hacia Brasil y Argentina, consolidando una diversificación que podría ser irreversible.

The Economist, en un análisis preliminar, califica el acuerdo como un “parche temporal” que ignora tensiones estructurales como el déficit comercial estadounidense, prediciendo volatilidad en precios globales de soja por la sobreoferta.

Similarmente, el Financial Times resalta cómo Xi “salió fortalecido” al extraer concesiones en tierras raras a cambio de promesas agrícolas, cuestionando la durabilidad del pacto ante las elecciones de medio término en Estados Unidos.

Estos ecos mediáticos refuerzan la necesidad de que Argentina no observe pasivamente, sino que anticipe escenarios para blindar su rol en la tríada comercial del Atlántico Sur.

El acuerdo Trump-Xi es un capítulo en la rivalidad sino-estadounidense, que nos enfrenta a reflexionar sobre la interdependencia asimétrica que define el comercio global de commodities.

Para Argentina, monitorear su implementación mes a mes es clave: podría catalizar una desprimarización forzada o profundizar la dependencia de ciclos volátiles.

Las oportunidades geopolíticas surgen en las grietas de las grandes potencias; queda en nosotros ser conscientes de las mismas.

*Docente de Derecho Internacional Público en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), integrante del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP), donde fue secretario del Departamento de Asia y el Pacífico (2012–2014) y miembro del Departamento de América del Norte (2017-2021). Es integrante fundador de la Cátedra Libre de Estudios sobre Estados Unidos, creada en 2023 por Resolución de Presidencia N.º 117/23 de la UNLP, espacio rectoral dedicado al análisis interdisciplinario de dicha unidad política. Actualmente preside la Comisión de Agenda Global del Desarrollo en el Colegio de la Abogacía de La Plata (CALP), desde donde articula iniciativas institucionales vinculadas a cultura, derecho internacional y desarrollo.