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Escribe Federico Giordano*

La primera línea del cambio climático: “Puedo garantizarles que también a ustedes les llegará”.

Apenas representan el 1% de la población mundial y su mera existencia está en peligro de extinción por la subida del nivel del mar. Los pequeños estados insulares en desarrollo han pedido auxilio en la COP28: “Es una cuestión de hundirse o sobrevivir”

Son 39. La mayoría están formados por una sola isla o por centenares, algunas del tamaño de una barca. Desde el espacio, infinitos puntitos verdes y amarillos flotando en los océanos. De noche, cualquiera los confundiría con una flota pesquera. El cambio climático les ha condenado al naufragio. Las emisiones de carbono de los demás, porque ellos apenas producen el 0,2%, a que sea inminente.

Estamos en primera línea de una crisis que no hemos provocado. Es literalmente una cuestión de hundirse o sobrevivir, y puedo garantizarles que también les llegará a ustedes”, advierte al planeta en la COP28 Pa’olelei Luteru, representante de Samoa y de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (SIDS, en inglés) ante Naciones Unidas.

Representan poco menos del 1% de la población mundial, apenas 65 millones de personas. Llevan varios lustros con el agua al cuello, ante la ignorancia de la práctica totalidad del otro 99%, que con dificultades pondría en un mapa lleno de agua estas naciones paraíso criadas por los turoperadores, y que se resumen con sus banderas: naufragios, veleros, canoas, guirnaldas, constelaciones, taparrabos, faldas de corteza de moras, tocados, cabañas, soles, pájaros, conchas, corales, cocoteros y cacaoteros, bananas, lanzas, piñas, palmeras, colmillos, guerreros y olas. Estas últimas, cada vez más altas, más frecuentes y más amenazadoras que cuando sus habitantes las pusieron en la heráldica.

El océano bajo su control es de media 28 veces la masa terrestre del país, por eso a los Pequeños Estados Insulares les gusta definirse como Grandes Estados Oceánicos. Su vulnerabilidad les confiere también un alto interés estratégico, en el que EEUU y Australia lleva la delantera, especialmente tras el reciente fracaso de China de cerrar una gran alianza con las islas del Pacífico, que habría supuesto un jaque mate geopolítico.

La mayoría de sus recursos provienen de un océano que se convertirá en su condena. La última vez que hizo tanto calor fue hace unos 125.000 años, y el nivel del mar era 6 metros más alto. La descongelación de los polos y la dilatación de los mares por el calor, hará que el agua suba un mínimo de entre 20 y 30 centímetros durante los próximos 25 años. Las predicciones más catastróficas, según un estudio de la ONG Climate Central publicado a finales de 2019 en Nature, hablan de 2 metros para dentro de 75 años. Las Maldivas, en el Índico, también están a dos metros.

  • El caso de Tuvalu

«No podemos esperar a los discursos, cuando el nivel del mar está subiendo a nuestro alrededor». Dijo desde Tuvalu  su ministro de Exteriores Simon Kofe, impecablemente trajeado, y con el agua subiéndole peligrosamente por encima de las rodillas en la pasada cop26.

Dos años después de aquel impactante vídeo, que puso al tercer país más pequeño del mundo en el mapa del cambio climático, llega finalmente una buena noticia: Australia arrima el hombro y se dispone a abrir «una vía especial de movilidad» a 280 habitantes al año, en lo que se considera como el primer acuerdo internacional que reconoce implícitamente la existencia de «refugiados climáticos».

Y no sólo eso: el gigante australiano se compromete también prestar ayuda en caso de desastres naturales, y a cofinanciar el Programa de Adaptación de la Costa de Tuvalu, con el objetivo de ganar un 6% de tierra al mar en la capital, Funafuti, en un intento de demorar el momento en el que el minúsculo país sea devorado por las aguas (posiblemente, en la segunda mitad del siglo).

El acuerdo, sellado en las islas Cook por el primer ministro de Tuvalu Kausea Natano, y su homónimo australiano, Anthony Albanese, tiene obviamente una contrapartida geoestratégica y de seguridad.

Al fin y la cabo, Tuvalu es una de las pocas naciones en la Polinesia que mantiene relaciones diplomáticas con Taiwan. 

El nuevo tratado es también una forma de contrarrestar la creciente influencia de China en la zona, con las vecinas Islas Salomón y Kiribati escoradas hacia Pekín.

Tuvalu, en el Pacífico, está a cinco metros en su punto más alto, pero las olas del ciclón Pam que golpearon sus arrecifes en marzo de 2015 también tenían cinco metros. “Puede subir el nivel del mar y te sigue pareciendo que todo está bien, pero entonces viene una tormenta…”, advierte Corrado Altomare, experto en construcción de defensas marinas del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental en la Universitat Politècnica de Catalunya.

En 2017, en el Caribe, Harvey, Irma, María y Nate se convirtieron en los huracanes más mortíferos y devastadores de todos los tiempos, destruyendo las comunicaciones, la energía, el transporte, los hogares, los centros de salud, las escuelas y causando decenas de muertos en Barbuda, Saint Martin y Santa Lucía.

Vanuato, una nación formada por 83 islas volcánicas en el Pacífico, ha sufrido esta temporada tres ciclones seguidos, con vientos de hasta 340 kilómetros/hora, que redujeron el país a astillas tres veces. Mucho antes de que del paraíso de aguas cristalinas queden solo aguas cristalinas, la intrusión constante del océano saliniza los cultivos, provoca escasez de alimentos, inestabilidad económica y acaba convirtiendo las islas en inhabitables.

“Resulta desalentador presenciar la falta de compromiso cuando se trata de abordar la raíz de la crisis climática: las emisiones de los combustibles fósiles. Hace tres décadas que decimos lo mismo, y nos ignoran. No podemos capear esta tormenta solos, aunque trabajemos en nuestras propias soluciones, será la comunidad internacional la que determine si nos hundimos o sobrevivimos”, clama Pa’olelei Luteru en la COP28.

El paraguas de las SIDS también alberga algunos territorios no insulares con los que comparten fragilidades, como Belice, Guyana y Surinam, y otros como Singapur, cuya situación dista mucho de ser desesperada. No incluye a Panamá, quien sin embargo ha empezado a evacuar a los indígenas gura de las islas del golfo de San Blas, donde miles de personas viven en 80 islas a 50 centímetros y un metro sobre el nivel del mar. “En 2050, Panamá perderá el 2,01% de su territorio”, calcula Ligia Castro de Doens, directora de Cambio Climático del Ministerio del Ambiente.

  • Hawai

Entre las soluciones que están sobre la mesa para resistir la embestida de los océanos, el científico climático de la Universidad de Hawái Chip Fletcher propuso en una conferencia de cambio climático en las Islas Marshall: “Dragar y ganar tierra. No es nada nuevo. No es una tecnología mágica. Simplemente es muy cara y perjudica el medio ambiente, pero preferiría destruir algunos arrecifes antes de ver cómo se extingue una cultura entera”.

El problema es que muchos SIDS no son precisamente un ejemplo de recursos económicos, e incluso figuran entre los países más pobres del mundo, como Haití, Guinea-Bissau o Timor. Su unión les permite sortear su escasa capacidad institucional, que precisa de ONGs para rellenar formularios que les permitan cambiar de país, o acceder a subvenciones para alejar viviendas, vías y carreteras de la costa, o reforzar un puerto.

En la COP26 celebrada en Glasgow en 2021, Tuvalu se presentó ante el mundo: 26 kilómetros cuadrados, el cuarto país más pequeño del mundo, que en su parte más estrecha mide poco más que un autobús. Su ministro de Exteriores, Simon Kofe, lanzó una llamada de auxilio frente a un atril en medio del océano, vestido de traje y con el agua por las rodillas: “Llevábamos décadas reclamando atención internacional, y al final esto fue lo más efectivo”. Si repitiera la escena ahora mismo en el mismo escenario, el agua le llegaría 11,4 milímetros más arriba, aplicando los datos del South Pacific Sea Level & Climate Monitoring Project del Gobierno australiano.

Australia dedica 3.000 millones de dólares anuales a ayudar a los estados insulares del Pacífico. Hace un par de semanas anunció que concedería anualmente 280 visados a los habitantes de Tuvalu. A ese ritmo, para cuando sea inhabitable, ya habrán evacuado a la mitad la población, unos 7.500.

  • Nueva Zelanda 

Nueva Zelanda elevó el año pasado hasta los 1.300 la cuota anual de refugiados climáticos: 150 de Tuvalu, 150 de Kiribati, 500 de Tonga y 500 de Fiyi. Los únicos requisitos son saber inglés, tener entre 18 y 45 años, y pagar una tasa equivalente a 767 euros.

En las islas Salomón, muchos de sus habitantes han empezado a desplazarse a la capital, Choiseul, donde se está construyendo un pueblo nuevo, o un campo de refugiados climáticos. En Fiyi han hecho lo mismo pero a lo bestia. En 2016, el ciclón Winston, el más destructivo de la historia del hemisferio sur, obligó al desplazamiento interno de la mitad de la población, casi medio millón de personas. Las Salomón son un ejemplo de que las SIDS también son parte del problema. El sector forestal sigue siendo el motor de su PIB, y según las estimaciones de su propio gobierno, sus bosques naturales estarán agotados en 13 años. Algunas de sus 990 islas han desaparecido en los últimos 75 años, provocando el hundimiento de varios pueblos. También han desaparecido algunas de las 330 de las Fiyi, muchas de ellas deshabitadas, hay que decir presuntamente, por respeto a que allí se rodó Náufrago o El lago Azul.

Kiribati es el primer lugar del planeta en el que se celebra el año nuevo, pero pronto tendrá que pasar el testigo. Formada por una isla y 33 atolones coralinos, su situación le ha llevado a empezar a comprar terreno a las Fiyi. Sus tres metros de altura media no parecen suficientes cuando el Pacífico está subiendo a una velocidad de 1,2 centímetros al año.

Los 18.000 habitantes Palaos, o los 10.000 de Nauru, también asumen la condena. Resulta paradójico que a la segunda, un atolón en el pacífico central que un día fue británico, otro holandés, otro alemán, y otro australiano, lo tengan tan complicado los turistas para alcanzarla. Son precisamente ellos los que pueden retrasar la muerte de muchas islas, como bien saben en las Maldivas, en el Índico.

Allí han construido islas artificiales más elevadas, un muro para proteger Male, la capital, e incluso existe un proyecto de ciudad flotante para 20.000 personas, con el que superar sus apenas 1,5 metros sobre el nivel del ma. Aunque eso no evitará que, como sucedió con el tsunami de 2004, las islas puedan quedar sumergidas casi totalmente durante varios minutos, o que 80 de ellas se inunden con cada marejada.

  • Islas Marshall 

En las Islas Marshall, parte de su capital, Majuro, ya ha empezado a desaparecer. Como los Estados Unidos llevaron a cabo 67 ensayos nucleares en sus aguas, ahora se permite a 27.000 marshaleses vivir y trabajar en Estados Unidos. Samoa se está quedando sin la protección de su arrecife de coral, pero no sólo por el impacto de las olas, sino porque el calentamiento también está matando estos organismos. “Nuestros ciudadanos nos miran y nos dicen: ‘¿por qué no estáis haciendo nada?’ Pero es que no tenemos recursos para poder ayudarles”, se lamenta Toolesulusulu Cedric Schuster, su ministro de Recursos Naturales, “pero somos resilientes. Llevamos 3.000 años viviendo en una pequeña isla y nos gustaría seguir viviendo en ella. Si no, ¿qué vamos a decirle a nuestros hijos y a nuestros nietos?”.

Fuente: El Mundo 

*Corresponsal de SRSur News Agency para España y Medio Oriente 

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