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Escribe Gastón Guido*

Si más allá de las cuestiones puntuales de coyuntura, urgentes y también importantes, abriéramos la lente tratando de hacer foco en el estado agroalimentario de la Nación, comenzando por el lado de los consumidores para luego ocuparnos de la producción, cosa que habitualmente no se hace, podríamos decir que no vamos bien.

Vaya novedad, si al país no le va bien, ninguna de las actividades que en él se desarrollan podrían gozar de una situación muy diferente. Y desde lo alimentario, la situación es peligrosamente grave. Sobre todo, si recordamos que nuestra sociedad de los argentinos convive con alrededor de 50% de nuestros compatriotas que son pobres. Es mitad de hermanos nuestros, no come bien y seguramente carece de los nutrientes necesarios para un desarrollo humano aceptable.

Y a este dato hay que agregar otro más doloroso aún: según los últimos datos en la materia, difundidos por el INDEC, la pobreza infantil afectó a casi el 51% de los chicos argentinos, en el primer semestre de 2022, es decir (R) a 5,5 M de niños menores de 14 años, de los cuales, casi 1,5 M son indigentes. Estos números no son nuevos. 

Pero siguen siendo números imperdonables. Que las más de las veces los olvidamos, los ignoramos, y no tomamos conciencia de su real y futura dimensión. Son solo 2 indicadores de un país mal administrado que exporta alimentos y/o materias primas para fabricarlos. Pero que, al mismo tiempo, no puede alimentar bien a sus 47 M de habitantes, y cuya economía inflacionaria, hace al menos 20 años (por considerar solo el siglo 21), castiga y hunde cada vez más, a más compatriotas, a la categoría de pobres.

Por otro lado, quienes producen esas materias primas y toda su cadena de valor, y el Gobierno que sabe del “valor” de las exportaciones agroindustriales están preocupados por el clima de este 2022. Más allá del tardío alivio de las lluvias del pasado fin de semana, la sequía ya provoca pérdidas cuantiosas en la cosecha de trigo, que comenzará en pocas semanas, y seguramente caídas, aún no del todo estimadas en maíz y soja, los 2 principales cultivos de verano, que tienen una demora histórica en su siembra.

Cuanto más se demore su implantación, mayor serán esas pérdidas. Y menores el ingreso de dólares al país entre marzo y mayo, cuando comience la cosecha gruesa y se exporte seguramente menos. Menos dólares para la economía argentina y menos recursos para el Estado por impuestos, como los derechos de exportación las conocidas retenciones.

Pero a la sequía se sumaron heladas tardías. En Mendoza, según datos que difundió Federación Agraria Argentina, este fenómeno provocó pérdidas de entre el 80 y el 100% por ciento de la producción vitivinícola, con lo que estará afectada seriamente la producción de vino, según lo informó, Bodegas de Argentina, la principal cámara de la actividad.

En San Juan, en tanto, los mayores daños fueron en plantaciones de melón, tomates y uvas. Y en el Alto Valle de Río Negro, están afectados viñedos, cerezos y nogales, y plantaciones de zapallos. También hay una situación compleja para las economías regionales de Salta, Formosa y Tucumán.

Por eso, en la última semana, en la EEA INTA de Luján de Cuyo, Mendoza, el ministro de Economía, Sergio Massa, anunció un programa de “Fomento de las Exportaciones” de las economías regionales, mediante el cual regirá un dólar diferencial -entre el 20 de noviembre y el próximo 30 de diciembre, para poder compensar las pérdidas que generaron las heladas tardías de la semana pasada. Hasta la hora en que grabamos este comentario no se conocían mayores precisiones de la operatoria de este programa. 

Sí, en cambio, que quienes se acojan a este dólar diferencial deberán participar del programa “Precios Justos”, mediante el cual el Gobierno asegura “abastecimiento y mercado interno” para las diferentes producciones. El ministro Massa dijo que “tiene que haber acuerdo entre los productores y exportadores, para que el beneficio llegue al sector primario y no sea solamente ganancias para el sector de la exportación”, aclaró. No se sabe, si deberemos sumar un hipotético “dólar-uva” o “dólar-vino”, a las más de 30 cotizaciones que la divisa estadounidense tiene en la Argentina, según para que se la utilice.

Si nos remitimos a la experiencia del “dólar soja” de septiembre pasado, habría que decir que: de los US$ 6.000 millones que ingresaron por exportaciones del poroto al Banco Central, solo en la primera semana de noviembre, la autoridad monetaria ya vendió unos US$ 940 M para pagar importaciones y mantener la cotización oficial del dólar, a la que justamente se pagan esas compras al exterior, entre ellos insumos básicos para la industria nacional.

Mientras tanto, las plantas de molienda de soja y otros granos oleaginosos que estuvieron bastante activas en septiembre, recibiendo unos 11 M de toneladas de soja a $ 200 por dólar, en las primeras 3 semanas de octubre, solo recibieron casi 600.000 toneladas de soja, ya con productores que percibieron una cotización de su soja con un dólar oficial de unos $ 160, menos retenciones e impuestos.

Esta situación hace que la capacidad ociosa de la molienda de soja, que ya viene bajando hace años, por otros motivos y está estancada desde 2015, sea hoy de 51%. Haciendo una comparación gráfica, es como si tuviéramos un auto Mercedes Benz -el complejo agroexportador oleaginoso argentino, uno de los más importantes y modernos del mundo- pero no tuviéramos combustible para alimentarlo: los granos o la soja en este caso.

Son estas algunas situaciones, las de estos días, ejemplos de la fragilidad del estado agroalimentario de la Nación. Que más allá del clima (un riesgo implícito en el negocio del campo) y aún con su potencia, sus silenciosas historias de trabajo, de evolución y de creatividad -que abundan- no puede brillar ni proyectarse plenamente, en un país frágil, pobre -sobre todo de ideas y actitudes- en la sociedad, por una parte, pero mucho más gravemente entre quienes gobiernan o aspiran hacerlo en algún tiempo.

*Analista de la industria agroalimentaria

**Fotografía: Paloma Wulfsohn 

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