Europa vacila y la geopolítica reparte las cartas de América Latina

Europa vacila y la geopolítica reparte las cartas de América Latina bajo ecos o como escenario de disputas comerciales y tensiones globales.
Escribe Eduardo Reina*
Durante décadas, América Latina ocupó un lugar periférico en la arquitectura del poder global.
No por irrelevancia estructural, sino por una combinación de abundancia de recursos, baja conflictividad interestatal y una subordinación cómoda al orden liderado por Occidente.
Esa comodidad, para unos y para otros, permitió postergar definiciones estratégicas. Hoy, ese escenario se ha agotado.
El reordenamiento del sistema internacional, marcado por la competencia abierta entre grandes potencias y la erosión del liderazgo unipolar, ha devuelto a la región al centro del tablero geopolítico.
Estamos ante una redistribución explícita de fuerzas a escala global.
En este contexto, cada región deja de ser vista sólo como mercado y vuelve a ser considerada, sin eufemismos, como espacio de influencia.
Estados Unidos busca reafirmar su preeminencia en el hemisferio occidental, consciente de que perder América Latina implicaría un retroceso histórico en su arquitectura de poder.
China, con una estrategia paciente, incremental y de largo plazo, continúa expandiendo su presencia comercial, financiera y tecnológica, consolidando cuotas de poder cultivadas durante décadas.
Rusia, en cambio, juega a la disrupción: utiliza el conflicto armado, la presión energética y la fragmentación política europea como instrumentos para debilitar a Occidente.
En este escenario, es el momento de Europa, mientras la Unión Europea atraviesa una encerrona estratégica que ya no puede seguir esquivar ni disimular ya que, durante años, construyó su política exterior y de seguridad bajo el paraguas de certezas que le ofrecía Washington: defensa garantizada, mercados abiertos y estabilidad relativa.
Esa delegación sistemática de responsabilidades derivó en una combinación peligrosa de soberbia política, desinversión en defensa y pérdida de autonomía industrial.
Europa confundió bienestar con poder, normas con influencia, y confort con liderazgo. Hoy paga ese error.
Actualmente, Europa enfrenta dos desafíos críticos que pondrán a prueba su pretensión de ser una potencia geopolítica real: financiar el esfuerzo bélico de Ucrania sin el respaldo directo de Washington y recomponer su inserción comercial global, especialmente con Sudamérica.
Ambos desafíos están íntimamente conectados.
La UE corre el riesgo de quedar reducida a un actor normativo: prolífico en declaraciones, irrelevante en decisiones.
Las declaraciones de Donald trump calificando al Viejo Continente como “débil”, deben leerse menos como un exabrupto y más como una advertencia estratégica.
Con su estilo brutal y sin matices, Trump exige a Europa que abandone su zona de confort: menos proteccionismo selectivo, más inversión en defensa y mayor responsabilidad sobre su propio destino: “menos dependencia y más autonomía”.
Europa no sólo se incomoda con el mensaje; se revela por ahora incapaz de responderlo.
En este marco, el acuerdo comercial entre la Unión Europea y el bloque Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) adquiere una dimensión histórica.
No sólo sería el mayor tratado comercial firmado por la UE, sino una señal geopolítica concreta de que Europa aún puede competir, integrar y proyectar poder blando en un mundo fragmentado.
Para América Latina, representa la posibilidad de diversificar alianzas y reducir dependencias asimétricas.
A su vez, para Europa, es una prueba de madurez estratégica.
Pero a vistas de algunas decisiones, el reflejo proteccionista europeo vuelve a imponerse.
Macron y Francia intentan retrasar la votación del acuerdo, alegando salvaguardas insuficientes para agricultores y consumidores.
El argumento es conocido; el costo, también.
Europa necesita mercados, pero teme a la competencia. Necesita aliados, pero desconfía de la apertura.
Esa contradicción permanente explica, en buena medida, su pérdida progresiva de influencia en regiones donde antes era un actor central y respetado.
Mientras tanto, la guerra en Ucrania sigue siendo el test decisivo.
En Bruselas crece la preocupación de que un eventual acuerdo de paz auspiciado por Estados Unidos pueda ser funcional a los intereses rusos, allanando el camino para una nueva ofensiva sobre el Donbás.
La paz sin disuasión no es estabilidad: es una tregua precaria que posterga el conflicto y consolida la debilidad europea.
Giorgia Meloni lanzó una “llamada de atención” a Europa.
No se trata sólo de Ucrania, ni de Mercosur, ni siquiera de Trump.
Se trata de algo más profundo: Europa debe decidir si quiere seguir siendo un espacio de bienestar protegido por otros o asumir, de una vez, el costo político, económico y estratégico de convertirse en un actor estratégico
América Latina vuelve a aparecer como territorio clave. No por nostalgia ni afinidad ideológica, sino por necesidad mutua.
El reparto global ya está en marcha. Europa incluida corre el riesgo de quedarse observando desde afuera como los demás se suben al carro y para ver qué lugar le dejan.
*Periodista argentino. Analista de geopolítica.
