IMG-20221118-WA0011

Escribe Gastón Guido*

La mejor noticia de la semana agroalimentaria fue la lluvia. Esa que, en algunos lugares de la extensa geografía agropecuaria argentina, aunque no en todos los que la necesitan, trajo el agua y con ella algún alivio, sobre todo, en varios distritos de la Zona Núcleo (Norte de Buenos Aires, Sur de Santa Fe y SE de Córdoba), una de las regiones más afectadas por la sequía. 

Más allá de los daños irreversibles en el trigo, donde llovió, los productores, tendrán la posibilidad, quizás, de iniciar la siembra de la cosecha gruesa, no obstante que algunos pronósticos hablen de lluvias, por debajo de los promedios históricos o normales, al menos hasta febrero.

De todas formas, y aunque no sea más que una caricia en medio de tanto golpe, el agua siempre mejora el ánimo de los productores del campo y es y será bienvenida.

Pero aun con la importancia que tienen los fenómenos meteorológicos para que el negocio de la producción agropecuaria funcione, el otro clima, el político-económico es el que es.

Ayer finalmente se publicó en el Boletín Oficial la resolución que pone en marcha del programa de ayuda a pequeños y medianos productores agrícolas de soja y maíz que se había anunciado hace más de 1 mes y medio, al lanzarse el “dólar soja”, en septiembre.

Esa ayuda, que en su momento el ministro de Economía Sergio Massa había dicho que sería de $42.000 M se redujo a $ 15.000 M. Se cumple aquí, una vez más, el trillado refrán que habla de la distancia que existe entre el dicho y el hecho…

Justamente, al anunciarse esa ayuda, el Gobierno dijo que estaría destinada a cubrir el 40% de los gastos en fertilizantes y semillas para los pequeños productores que quisieran sembrar maíz y soja. Justamente, esta semana, la Cámara de la Industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos (CIAFA), advirtió sobre una inminente falta de los insumos necesarios para esta campaña. Lo hizo denunciando las dificultades que tiene para importar estos insumos. Y también para ingresar las materias primas importadas necesarias para la elaboración local de estos productos.

“Hoy hay empresas con líneas de producción suspendidas, a la espera de estas materias primas para poder elaborar estos productos en nuestro país”, avisaron textualmente desde CIAFA.

En tanto, si hablamos de alimentos podríamos citar a don Albert Einstein, el científico alemán que alguna vez dijo que “locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. O recordar a Mafalda y decir “¿Otra vez sopa?”.

Nuevamente el Gobierno apuesta a un control de precios durante 4 meses para unos 1.700 productos de la canasta básica de alimentos y limpieza, que comenzó a regir esta semana, tras el anuncio del ministro de Economía, Massa.

Grandes empresas líderes adhirieron al programa, con la promesa de que no se le trabarán las importaciones de los insumos importados que, muchas de ellas, necesitan para producir en el país. Por poner tan solo un ejemplo, el café que no se produce en el país.

También, aparentemente, se facultó, no se sabe bajo qué instrumento legal, a intendentes del conurbano bonaerense para que sean sus inspectores, quienes controlen que estén los productos y se respeten los precios de este programa, que regirá hasta marzo.

El programa se llama, Precios Justos. Queda claro que en el marasmo inflacionario que ataca nuestra población más vulnerable sería políticamente correcto, hablar de “precios justos”.

Sobre todo, cuando la inflación es la consecuencia de la emisión monetaria descontrolada en un país que, desde que uno tiene memoria, gasta más de lo que produce.

Esa inflación deja sin referencia de precios a casi todo, y obviamente, en río revuelto hay comerciantes que, por el motivo que fuere, se abusan con las remarcaciones de precios.

Quienes tenemos más de 50 años, hemos visto esta mala película demasiadas veces, incluidos los controles que nunca resultaron eficaces, a la hora de controlar la inflación.

Cabe preguntarse qué es justo y qué no, en un país que hace rato perdió su soberanía monetaria. Porque la moneda de un país, es aquella que, si se custodiara sanamente su valor, podría ser referencia de qué valor es justo o no para un producto o un servicio.

Hasta que nuestros políticos y muchos de nosotros, como sociedad hablo, no entendamos que sin moneda no hay Nación, muy difícilmente podamos hablar de justicia ni para los precios, ni para muchas otras cosas de la vida cotidiana de los argentinos

*Periodista argentino. Analista de la industria agroalimentaria

Seguinos en Twitter: @SRSur_Agency

Escribir
SRSur.com.ar
Dejanos tu mensaje!