Dolarizar la economía de Argentina es un delirio peligroso
Escribe Eduardo Porter*
Los votantes deberían tener en cuenta la historia de sus vecinos latinoamericanos. No hace mucho, la mayoría de ellos compartían la inestabilidad de Argentina. La mayoría sigue enfrentándose a muchos problemas, pero la volatilidad es uno que han superado en gran medida. Y la mayoría no necesitó al dólar para conseguirlo.
Usted es el principal candidato, con grandes posibilidades de ocupar la presidencia de un país que carece de credibilidad en política macroeconómica, y en donde -en las eruditas palabras de un par de economistas- el sistema político adolece de una “incapacidad general para realizar intercambios intertemporales eficientes”, lo que inevitablemente “induce a políticas públicas defectuosas”.
El país registra una inflación de tres dígitos. ¿Qué se puede hacer? Si es un político argentino rebelde, pues le quita al Gobierno la discrecionalidad sobre la política económica. Y si el sistema político se niega a madurar, simplemente le entrega la política macroeconómica a la Reserva Federal de Estados Unidos.
La mayoría de los países de la región sigue enfrentándose a muchos problemas: pobreza, desigualdad y corrupción, entre otros. Pero la volatilidad argentina es uno que han superado en gran medida
La mejor lección que se puede extraer del fracaso de la convertibilidad es que la camisa de fuerza monetaria era demasiado costosa.
La convertibilidad frenó la inflación, como se anticipaba, y atrajo importantes inversiones. La economía argentina creció vigorosamente al principio, recuperándose con relativa rapidez del desplome provocado por la devaluación del peso mexicano en diciembre de 1994 y la crisis consiguiente del tequila.
Pero el mecanismo tenía un punto débil. Entre 1990 y 1994, el consumo privado en dólares casi se duplicó, y siguió aumentando durante otros cuatro años. Sin embargo, gran parte de este gasto dependía de los flujos de dólares procedentes del extranjero, alimentando grandes déficits de cuenta corriente y aumentando la deuda del país.
Galiani y sus colegas plantearon el desafío así: “El valor en dólares de los ingresos tenía que ser suficiente para mantener el gasto y el servicio de la deuda, y para ello tenía que materializarse un crecimiento suficiente de la producción de bienes comerciables antes de que se agotara la oferta de crédito”. Las exportaciones crecieron, pero no lo suficiente.
Entonces la situación mundial se deterioró. Los últimos coletazos de la crisis financiera asiática redujeron drásticamente los flujos de capital y aumentaron el costo de los préstamos extranjeros. La devaluación del real brasileño en 1999 no solo ahuyentó aún más al capital extranjero, sino que también afectó las ventas de Argentina a su mayor mercado de exportación en aquel momento. Luego cayó el precio de las materias primas.
“La convertibilidad tuvo muchas fases”, afirma Ivan Werning, economista del MIT que ha escrito extensamente sobre este período. “Hubo un tiempo en que todo iba bien, hasta 1995, luego hubo problemas y después de 1998 hubo más problemas”.
Entre 1999 y 2001, la economía argentina se contrajo más de un 8%. El consumo se desplomó tan bruscamente que en 2002 había vuelto al nivel de principios de los noventa.
Sin duda, el Gobierno podría haber hecho más para evitar el colapso. La política fiscal hacia el final fue demasiado derrochadora, especialmente cuando la economía se desaceleró al final de la década. Pero solo es posible ajustarse el cinturón fiscal hasta cierto punto ante una dura desaceleración económica. El despilfarro del Gobierno no hizo caer la convertibilidad.
El argumento de que abandonar el peso y adoptar el dólar le hubiera permitido a Argentina resistir es discutible. La idea se basa en la fantasía de que una Argentina dolarizada habría seguido atrayendo dinero extranjero independientemente de sus realidades económicas. Y al igual que la convertibilidad, señala Werning, la dolarización también puede revertirse.
La mejor lección que se puede extraer del fracaso de la convertibilidad es que la camisa de fuerza monetaria era demasiado costosa. La dolarización de casi todos los contratos de la economía provocó un caótico efecto dominó de insolvencias una vez que se abandonó la vinculación al dólar en 2002. Y cuando el polvo se asentó, el Gobierno quedó con la misma credibilidad política que tenía antes de su adopción: cero.
Considerando la historia, resulta difícil entender el entusiasmo de los votantes por la propuesta de Milei de volver a arrebatar el control de la política monetaria al Gobierno argentino y entregárselo a la Reserva Federal. ¿Miopía, quizás? Los costos de aquel choque lejano se han desvanecido en la historia, superados en la mente de los votantes por la tensión inflacionaria a la que deben enfrentarse cada día.
Establecer límites razonables a la discrecionalidad en el financiamiento federal de las provincias podría evitar el intercambio de favores y el juego político a corto plazo.
La prolongación del mandato de los jueces de la Corte Suprema podría ayudar a garantizar que el tribunal actúe como control de los demás poderes del Estado, en lugar de como amigo de la Administración que los nombró. Establecer límites razonables a la discrecionalidad en el financiamiento federal de las provincias podría evitar el intercambio de favores y el juego político a corto plazo.
El dólar puede parecer una killer app. Pero los votantes argentinos deberían tener en cuenta la historia de sus vecinos latinoamericanos. No hace mucho, la mayoría de ellos compartían la inestabilidad de Argentina. La mayoría sigue enfrentándose a muchos problemas: pobreza, desigualdad y corrupción, entre otros. Pero la volatilidad argentina es uno que han superado en gran medida. Y la mayoría no necesitó al dólar para conseguirlo.
Argentina también podría lograrlo. “Yo lo intentaría”, señaló Werning. “Porque los costos de la convertibilidad son muy altos”.
Fuente: Bloomberg
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