22/11/2024
InternacionalesOpinión

Nació la palabra enshittification porque en una década Internet se llenó de basura

Escribe Karelia Vázque*

Nació la palabra enshittification porque en una década Internet se llenó de basura.

Google es solo el caso más evidente: ahora cualquier búsqueda devuelve un aluvión de contenidos optimizados por razones e intereses muy alejados de la calidad.

Pero pasa también con las otras grandes plataformas que primero se adueñaron de la Red, y ahora la han convertido en un vertedero de anuncios, datos en venta y contenido sin verificar.

Cómo estará la cosa para que la American Dialect Society, una sociedad académica fundada en 1889 para el estudio del inglés hablado en Norteamérica, eligiera como palabra del año 2023 un término larguísimo, de difícil pronunciación, derivado de la malsonante palabra shit (mierda), que alude, precisamente, al proceso por el cual un ente -en este caso, las plataformas de Internet- acaban llenas de ídem.

La palabra en cuestión es enshittification. En español diríamos enmierdamiento, mierdificación.

La editorial Capitán Swing, que publicará este año un libro sobre el asunto, aún se debate en cómo traducirla.

Apareció por primera vez en noviembre de 2022 en el blog Pluralistic, del activista y escritor canadiense Cory Doctorow, quien la creó para describir el patrón de deterioro que hace de Internet un lugar cada vez peor.

Doctorow describió una curva de decadencia en tres estadios: “Así mueren las plataformas: primero son muy buenas para los usuarios; luego abusan de ellos para favorecer a sus clientes comerciales; después abusan también de esos clientes para quedarse, finalmente, con todo el valor. Luego mueren. Yo lo llamo enshittification”.

Si cada vez te fías menos de los resultados de Google es justamente por su mierdificación, que Doctorow diagnostica en estado avanzado.

No son percepciones, los datos lo demuestran. Un equipo de investigadores de las universidades de Leipzig, Bauhaus y ScaDS demostraron que “la calidad de Google había empeorado notablemente después de controlar 7. 392 consultas durante un año”.

En su trabajo Is Google Getting Worse? A Longitudinal Investigation of SEO Spam in Search Engines identificaron las tres causas: la abrumadora presencia de contenido optimizado para SEO, el uso generalizado del marketing de afiliados, una estrategia de plataformas como Amazon, que recompensa a las páginas de asociados por vender sus productos, y la cada vez más confusa línea roja entre el contenido real y el spam creado por granjas de enlaces.

Algo que viene empeorando sustancialmente desde hace tiempo, y que tampoco es que haya mejorado desde que Google anunció el 14 de mayo la nueva generación de su motor de búsqueda impulsado por inteligencia artificial.

A lo largo de los años, los portavoces de Google siempre han negado que los clics de los usuarios influyan en el posicionamiento de las webs que aparecen en sus búsquedas, pero los 2.500 documentos internos del buscador filtrados la semana pasada sugieren exactamente lo contrario.

Al igual que una demanda antimonopolio del Departamento de Justicia de Estados Unidos que reveló la existencia de un factor de posicionamiento llamado Navboost, que premiaba los clics de los usuarios antes que la calidad, para elevar el contenido de las búsquedas.

Hace unas semanas, el buscador respondía a la pregunta de cuántas piedras debíamos comer cada día, recomendando al menos una diaria de tamaño pequeño para mejorar la salud digestiva y aportar minerales como el calcio y el magnesio. El descubrimiento lo adjudicaba a un equipo de geólogos de la Universidad de Berkeley.

La realidad era que su nuevo modelo de AI lo había copiado de un artículo de The Onion, un periódico satírico tan popular en Estados Unidos como lo es en España El Mundo Today.

Cualquier búsqueda en Google hoy arroja basura digital, a menudo toda la primera página, que hay que saltar antes de que empiece a aparecer algo potable.

En las webs tecnológicas se empieza a recomendar añadir a las URL la línea de código “&udm=14″ para sortear las respuestas basura generadas por inteligencia artificial.

Otro truco que empieza a hacerse popular para mejorar los resultados arrojados por Google es añadir “before 2023″ (antes de 2023) antes de la búsqueda.

A lo largo de 2023, la palabra enshittificacion se escuchó en foros y conferencias, y la usaron tecnólogos como Tim Hatford y John Naughton para aludir a varias plataformas que degradaron sin pudor su función principal en pos de la monetización y las ganancias de sus accionistas.

A inicios de 2024, la Academia consideró que era “un neologismo exitoso y memorable, con capacidad para adaptarse a una variedad de contextos, aunque su uso original fuera describir cómo se iba degradando nuestra vida online”.

El mérito de Doctorow, además del de inventar una palabra, ha sido socavar la idea de que la decadencia es resultado de las misteriosas fuerzas que mueven la historia. En lugar de abrazar la idea del caos y la entropía, el escritor prefiere explicarlo como un fenómeno diseñado por personas reales que toman decisiones y tienen objetivos específicos.

Para definir el estado actual de internet a Doctorow le gustar citar un tuit del programador Tomas Eastman (@tveastman) que se hizo viral en 2018: “Soy lo suficientemente viejo para recordar aquellos tiempos en que internet no eran cinco webs gigantescas, cada una llena de capturas de pantalla de las otras cuatro”.

En un loable esfuerzo pedagógico, el escritor explica la enshittification de casi todo en un artículo publicado bajo licencia Creative Commons, a través de casos emblemáticos, desde Amazon hasta el otrora Twitter.

Empecemos por Amazon. Durante años operó con pérdidas, prácticamente todo lo que vendía estaba subsidiado. Si buscabas algo, Amazon hacía todo lo posible por ponértelo delante. En su artículo, Doctorow explica que ante tantas ventajas acabamos comprando todo allí, y como consecuencia muchas tiendas físicas cerraron.

Luego llegó Amazon Prime y nos hicieron pagar por adelantado los gastos de envío de un año; Amazon se convirtió en la tienda para todo, y la plataforma comenzó a subsidiar a los vendedores, que alcanzaron audiencias enormes con comisiones muy bajas.

“Cada vez era más difícil comprar o vender cualquier cosa fuera de allí. Entonces, cuando tenían a todos, vendedores y compradores, atrapados por Amazon, cambió las reglas del juego y comenzó a desviar todas las ganancias a sus accionistas. Ahora, si buscas en Amazon una cama para gatos las primeras cinco pantallas “estarán compuestas en un 50% por anuncios y porquería inútil”, detalla el escritor.

En conversación con este diario, Doctorow confirma que no sólo hemos perdido la confianza en las grandes plataformas ­-él sostiene que nunca tuvo demasiada-, sino algo más valioso: la fé.

“Quizás nunca has creído que Google protegería tus datos pero esperabas que te diera buenos resultados de búsqueda. Ahora tenemos lo peor de ambos mundos: Google abusa de tus datos y además te muestra publicidad y contenido sintético en lugar de buenas respuestas. Facebook e Instagram comparten tus datos con terceros y, encima, en lugar de conectarte con tus amigos (que era su promesa y lo que hicieron en los primeros tiempos), te exponen a anuncios y a contenido promocionado. En resumen, ni confiamos ni creemos en las grandes plataformas”.

Las plataformas “operan con un modelo feudal para mercantilizarlo todo”, dice una experta en tecnología
¿Y por qué no nos largamos? “El drama es que somos rehenes, audiencias cautivas, confinadas en motores globales de extracción de datos y además creemos que ya no tenemos donde ir”, dice Doctorow.

La escritora irlandesa y experta en tecnología del futuro María Farrell describe las plataformas como “entornos altamente concentrados y controlados, similares a las granjas de cría intensiva de pollos”.

“Google, Facebook, Instagram, Amazon operan con un modelo feudal extractivo que solo existe para mercantilizar todo lo que hace que la vida merezca la pena: los lazos familiares, la amistad, el amor, la solidaridad. Son organizaciones sociópatas”, explica por correo electrónico.

Para Farrell, “devolver la vida a Internet” es un reto “ecológico”.

En abril de 2024, los navegadores de Google y Apple monopolizaban el 78% del mercado, y solo Google controlaba el 92% de las búsquedas globales, según Statista.

“Así como necesitamos salvar la biodiversidad para combatir el cambio climático, necesitamos rescatar nuestra diversidad tecnológica y de infraestructuras para preservar nuestra libertad y construir y usar internet en nuestro beneficio”.

Fa­rrell alerta en su e-mail: “Mientras los europeos dormimos, la infraestructura fundamental de internet -cables submarinos, satélites, fibra, etcétera- está siendo monopolizada por unas pocas empresas cuyo objetivo es controlar todas las comunicaciones durante el próximo siglo”.

Doctorow, a quienes algunos acusan de ser un activista radical, no se corta para advertir a los gobiernos de que el día que las plataformas colapsen -según su curva de enshittification pasará más temprano que tarde- “no merecen ser rescatadas sino evacuadas” con el menor daño posible para los usuarios.

Un paradigma de abuso de una plataforma enshittificada que le gusta citar al escritor es el de la tienda de e-books de Microsoft, que cerró en 2019 y arrebató a todos sus usuarios los libros comprados a lo largo de varios años. Como por arte de magia se evaporaron cientos de miles bibliotecas en el mundo. Según Doctorow, Facebook o Instagram podrían dar un portazo un buen día y que las fotos más importantes de nuestras vidas se esfumen.

La sensación comienza a ser de estafa y trae “cierta saturación y hartura de lo digital”, observa Felipe Romero, socio de la consultora The Cocktail. Las cifras del informe global Digital 2023 avalan su intuición. En 2022 se registró por primera vez una caída del tiempo que pasamos en internet, a razón de 20 minutos diarios comparado con el año anterior.

Cuando Open AI anunció la salida al mundo de ChatGPT-4o, una interfaz digital que lo mismo suspira, susurra al oído, calma una crisis de ansiedad o se parte de la risa contigo, Sam Altman dijo Her -en referencia a la película de Spike Jonze de 2013- y fue como si leyera el pensamiento a media humanidad.

Por lo que sea, Altman olvidó mencionar que aquella historia, sobre la relación entre un humano y la voz de un sistema de IA, no acabó precisamente bien para la parte humana.

Tras ese anuncio de Open AI, César Astudillo, asesor independiente de diseño e innovación, barruntó casi inmediatamente en X el riesgo de enshittification del nuevo invento. Para Astudillo no es casual que con la salida al mercado de GPT-4o también se anunciara que sería gratuito, concretamente para que los que ya estaban en ChatGPT. “Considerando el inmenso gasto que supone hacer funcionar estos modelos, OpenAI, que ya operaba con pérdidas en febrero, podría entrar en bancarrota con este acto de “generosidad”, ¿De dónde vendrán los ingresos?”, se pregunta en conversación con EL PAÍS.

¿Acaso estamos entrando en la fase de seducción tecnológica de la enshittification, aquella en que nos dan gratis o muy subvencionado un servicio? Astudillo recuerda el viejo adagio que desoímos una y otra vez al inicio de las redes sociales: “Si es gratis, entonces el producto eres tú”, y se pregunta si utilizará OpenAI el potencial persuasivo de su nuevo modelo o los enganches emocionales que podamos desarrollar con nuestros asistentes de voz para inaugurar una nueva era de la persuasión comercial. “En este momento es muy aventurado afirmarlo… pero los indicios se acumulan”, reflexiona.

De momento es gratis interactuar con un potente modelo de inteligencia artificial cuyo desarrollo ha costado muchos millones. ¿Por qué? Parece una buena noticia pero… puede que esta historia ya la hayamos vivido.

Fuente: Diario El País

*Ensayista. Columnista del Diario El País. Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo ‘Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto’.

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