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Escribe Gastón Guido*

Luces amarillas, que a medida que no llueve se tornan color naranja, se encienden cada vez con mayor nitidez en el horizonte agropecuario de la Argentina, en medio de una sequía que nuevamente golpea a toda la estructura agroindustrial y agroalimentaria del país y que, indefectiblemente, tendrá consecuencias, sobre la frágil economía de un país endeudado y tristemente empobrecido como el nuestro.

Cuando falta aproximadamente 1 mes para que comience la cosecha de trigo, las últimas proyecciones respecto de la evolución esperada del cultivo de invierno más importante, en cuanto a producción y exportación, marca números a la baja.

La Bolsa de Cereales de Buenos Aires calcula que la producción caerá a 15,2 millones de toneladas, un 5,7% menos que su estimación anterior, dado que el 56% de la superficie sembrada con trigo tiene una condición de regular a mala, a raíz de la sequía. 

Por su parte, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) informó que, por la sequía ya se perdieron 400.000 hectáreas sembradas con trigo, superficie que, seguirá en aumento en las próximas semanas. Para la BCR, la próxima cosecha de trigo alcanzaría los 15 millones de toneladas. De confirmarse ese volumen, serían 8 millones de toneladas menos que en la campaña anterior, lo que implica un 34,8% de caída o algo más de un tercio menos que los 23 millones de toneladas cosechadas en el ciclo 2021/2022. 

En algunas zonas del país, a la sequía se sumaron heladas infrecuentes para esta época del año, que terminaron de fulminar lotes de trigo que ya venían mal y que solo pueden aprovecharse para el pastoreo. Al respecto, cabe agregar que también los ganaderos ven complicado su horizonte para conseguir forraje para sus animales, como otra derivación de las condiciones climáticas.

Las proyecciones a la baja sobre la próxima cosecha de trigo indican que en esta campaña se obtendrán unos 7 millones de toneladas menos que las 23 de la cosecha anterior. Es decir que se cosecharán unos 16 a 17 millones, de los cuales 9 millones la agroindustria exportadora ya declaró para vender al exterior, y otros 5 millones son los que consume el mercado interno argentino.

Con una demanda total de aproximadamente 15 millones de toneladas, entre mercado interno y exportación, la industria molinera ya avisó que tendría dificultades para conseguir unas 200.000 toneladas de trigo que necesita para cubrir la demanda de octubre y noviembre, para atravesar el llamado “empalme”, hasta que comience a ingresar la próxima cosecha, a fines del mes próximo. 

Por este tema ya se reunió en el ámbito de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca la denominada Mesa del Trigo, donde todos los actores de la cadena deberán consensuar cómo evitar mayores turbulencias, en un mercado alimentario doméstico de por sí volátil, fruto de una inflación desbocada.

Mientras tanto, el Gobierno, también en Agricultura, sigue dialogando con las entidades gremiales empresarias del agro sobre cómo se instrumentarán las ayudas a pequeños y medianos productores de soja y maíz que no se beneficiaron con el ya desactivado “dólar soja”. 

Todavía no hay claridad sobre cómo el Estado ayudará a algunos productores con un fondo, mientras el mismo Estado les quita otros recursos por derechos de exportación (retenciones) que no tienen viso alguno de reducción y que el Gobierno pretende volver a fijar y modificar, si se aprueba el proyecto de Ley de Presupuesto que comenzó a tratarse esta semana, en la Cámara de Diputados.

Los pronósticos climáticos, en tanto, siguen siendo desfavorables, respecto de por cuánto tiempo se extenderá la sequía, y por ende mantienen encendidas las luces amarillas, no sólo entre los actores de la actividad agropecuaria, agroindustrial y agroalimentaria.

Sucede que una menor cosecha, sea en pocos meses en trigo y a comienzos del 2023 en maíz o soja, pone en serio riesgo la acumulación de reservas en divisas, tan sólo para mantener la precariedad económica que vive el país. 

Mientras los debates mediáticos y políticos siguen, la mayoría de las veces, divorciados de la realidad cotidiana de los ciudadanos, una vez más, se evidencia la dependencia del país de la actividad agropecuaria, agroalimentaria y agroindustrial. Las actividades económicamente más dinámicas, que exceden largamente las producciones de la región pampeana central. Porque en ellas se incluyen también a las variadas producciones del resto de las regiones que integran de la extensa geografía agropecuaria de nuestra Argentina.

Todas necesitan, más allá de una mejora en el incontrolable factor climático-meteorológico, de un clima político y económico, que entendiera su importancia y facilitara su desarrollo.

*Analista de la industria agroalimentaria

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