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El lenguaje de la discordia: una reflexión sobre la agresividad en el habla argentina.

Escribe Karin Silvina Hiebaum*

Argentina es un país conocido por su riqueza cultural, su creatividad y su pasión, que lleva en su esencia un contraste que se refleja en su lenguaje cotidiano.

El castellano rioplatense, con su cadencia única, sus modismos y su marcado tono, encierra una dualidad que puede encantar, pero también agredir y herir.

En las últimas décadas, se ha hecho evidente cómo el vocabulario, el tono despectivo y la tendencia a descalificar al otro han permeado las interacciones diarias.

Este proceso refleja algo más profundo que un simple rasgo lingüístico: es un síntoma de divisiones estructurales, frustraciones acumuladas y una cultura de confrontación.

  • Un conflicto con raíces históricas

Toda la historia argentina está marcada por divisiones que se remontan a la época de la independencia.

La disputa entre unitarios y federales, y más tarde entre peronistas y antiperonistas, dejó huellas profundas en el tejido social.

Estas pugnas no sólo delinearon el curso político del país, sino que también moldearon una narrativa donde el “nosotros contra ellos” se convirtió en un eje central.

Esas tensiones históricas dieron lugar a una mentalidad binaria que sigue vigente.

Es común escuchar en debates políticos y discusiones cotidianas términos que descalifican a quienes piensan diferente.

En este contexto, el lenguaje no sólo refleja las divisiones, sino que las amplifica, convirtiéndose en un arma de confrontación más que un puente de entendimiento.

  • La influencia de las crisis económicas

Las recurrentes crisis económicas han sido un factor crucial en el desarrollo de esta forma de comunicarse.

También la incertidumbre, la frustración y el sentimiento de impotencia ante problemas estructurales generan un estado de ánimo colectivo que se traduce en irritabilidad y desconfianza.

Cuando las personas sienten que no pueden cambiar el sistema, muchas veces vuelcan su enojo en su entorno más inmediato: el vecino, el colega, el político, o incluso el desconocido en la fila del supermercado.

En este escenario, el lenguaje se convierte en un espacio donde se canalizan las tensiones, no siempre de manera constructiva.

  • Español rioplatense: una herramienta de conexión y confrontación

El español de Argentina, definido también como castellano rioplatense, tiene características que lo hacen vibrante y distintivo, pero también potencialmente conflictivo.

Karin Silvina Hiebaum
Karin Silvina Hiebaum

La ironía, el sarcasmo y los modismos como “boludo” o “pelotudo” son moneda corriente, y en muchos casos, se utilizan con afecto.

Sin embargo, fuera de contexto o en momentos de tensión, estas mismas expresiones pueden ser percibidas como agresivas.

Además, el tono de voz y el énfasis característico del español rioplatense suelen ser interpretados como desafiantes, incluso cuando no es esa la intención.

Este fenómeno no es sólo lingüístico; está imbuido de una forma de ser que mezcla pasión, dramatismo y una necesidad constante de destacar o imponerse en la conversación.

  • El rol de los medios y las redes sociales

Los medios de comunicación y las redes sociales han exacerbado esta tendencia y han potenciado el lenguaje de la discordia.

Muchas veces, los programas de debate en televisión, frecuentemente caracterizados por gritos, interrupciones y descalificaciones, funcionan como un espejo de la sociedad, pero también como un amplificador de sus peores dinámicas.

En redes sociales, el anonimato y la inmediatez permiten una escalada de agresividad que pocas veces se encuentra en interacciones cara a cara.

El lenguaje descalificador se ha normalizado al punto de convertirse en parte del día a día, perpetuando una cultura del agravio en lugar del diálogo.

  • ¿Cómo revertir esta mediocridad lingüística?

Si el lenguaje es un reflejo de la sociedad, también puede ser una herramienta para transformarla.

Cambiar esta dinámica requiere esfuerzos individuales y colectivos, enfocados en la educación, la empatía y la reconstrucción de un tejido social más solidario.

  • Educar para comunicar con respeto: La educación debe desempeñar un rol central en este cambio. Enseñar habilidades de comunicación efectiva y resolución de conflictos desde temprana edad puede ayudar a las personas a expresar sus emociones sin recurrir a la descalificación.
  • Revalorizar el diálogo: Fomentar espacios de diálogo donde prime la escucha activa y el respeto por las opiniones ajenas es fundamental. Los medios de comunicación, por ejemplo, podrían apostar por formatos más constructivos, dejando de lado el sensacionalismo y la confrontación.
  • Cultivar la empatía: Comprender que detrás de cada palabra hay una historia, una emoción y una experiencia única puede cambiar la forma en que nos relacionamos con los demás. La empatía no solo humaniza al otro, sino que también desactiva el conflicto antes de que escale.
  • Reconocer el poder del lenguaje: Tomar conciencia de cómo nuestras palabras afectan a quienes nos rodean es el primer paso para cambiar. Hablar con cuidado y consideración no es un signo de debilidad, sino de madurez y responsabilidad.
  • Conclusión

El lenguaje argentino, con toda su riqueza y particularidad, tiene el potencial de ser una herramienta para construir puentes en lugar de levantar barreras.

Revertir la mediocridad lingüística requiere un cambio de mentalidad que comience en cada uno de nosotros, promoviendo el respeto, la empatía y la búsqueda de un entendimiento mutuo.

Porque, al final, el poder de las palabras radica en su capacidad de conectar, no de dividir.

La elección está en nuestras manos, y cada conversación es una oportunidad para demostrar que, como sociedad, podemos superar el lenguaje de la discordia.

Fuente: Más Prensa

*Periodista argentina. Magister en Psicologia Clínica y de la Salud Mental. Magister en Relaciones Internacionales. MBA especializada en Administración de Empresas aplicación del Gemba-Kaizen. Secretaria Nacional del FPÖ austríaco. Editora y Corresponsal de Exteriores de masprensa.com

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