Caudillismo político personalista cuasi feudal
Escribe Ricardo Sarmiento*
Uno de los problemas históricos de la Argentina fue ese caudillismo político personalista cuasi feudal que prohijó todo hecho de corrupción y desmanejo de los recursos públicos tanto en la Nación como en las provincias.
Argentina debe recuperar el equilibrio en la cultura social.
En estos días se discutirá con la frivolidad propia de la política argentina si se debe quitar o no la imagen de Eva Duarte de Perón de los laterales del único edificio que sobrevivió al ensanchamiento de la Avenida 9 de Julio, cuyas obras obligaron demoler uno de los íconos de la Revolución de Mayo: la Jabonería de Vieytez, en México al 1049, pero también la modesta casa en la que vivió Hipólito Irigoyen, en Brasil al 1.039.
La historia argentina no ha sido, y no es, capaz de discernir entre lo superficial y lo importante.
Argentina menospreció la historia más prístina de nuestros 224 años de Nación libre y soberana y se encargó de elevar a los altares de la profanidad más sombría a Dioses con pies de barro o a becerros inútiles para el verdadero progreso y bienestar general a pesar del oro o joyas y vestidos fastuosos que portaban, y ostentan, con la soberbia del cinismo cimentado en la avaricia y la corrupción.
No hay derecho a la posteridad ni a la idolatría cuando la vida pública se construyó en base a demagogia, manipulación de la esperanza colectiva, pero también en base a la extorsión política, el alimento al odio entre compatriotas o la violencia criminal de izquierda o de derecha.
La historia argentina, si sobrevivimos a nosotros mismos como país, no perdonará ni será contemplativa con la miserabilidad de la falsa generosidad financiada con la misma pobreza que se dijo o se dice combatir.
La corrupción no es nueva en nuestra historia, ni el fanatismo ciego condujo nunca a la emancipación del espíritu humano ni a la liberación del potencial de hombres y mujeres que trabajaron o estudiaron para construir una vida mejor; simplemente digna.
No hace muchos años, en un pequeño pueblo olvidado y aislado del resto del país, oí resucitar la palabra dávida como un gesto de resistencia a las páginas históricas cargadas de grises, de sombras y hasta de sangre.
La sangre se derramó y volvió a derramarse bajo el impulso del fanatismo o la veneración a tantos dioses con pies de barro y las manos sucias con sus propias miserias.
Y las dádivas volvieron a recrearse bajo distintas formas al deslumbrar las conciencias con el brillo que emanaba del cuerpo de nuevos becerros de oro que resucitaron la idolatría que no es más ni menos que el alimento del fanatismo que empobrece la inteligencia y enceguece la conducta humana.
Argentina debe recuperar el equilibrio en la cultura social.
La historia argentina se ha corporizado en las dos caras míticas del teatro de nuestros tiempos: una cara muestra el desconcierto de drama y la otra, la ilusoria alegría de una simple máscara política.
El argentino medio debe reflexionar sobre su propia historia y comportamiento social y ciudadano. El político medio debe quitarse la máscara de las falsas esperanzas que decepcionaron y frustraron ya a más generaciones que las que podemos contar con los dedos de nuestras manos.
No hay futuro cuando el cuerpo social intenta mantenerse a flote sobre aguas densas y contaminadas, con los ojos cegados por la farsa del poder público fanatizado, las manos enredadas en la telaraña de los tiempos y el yunque oxidado de la historia que nos pesa en los pies y nos hunde en el fango.
Debemos quitarnos y relegar los lastres del pasado para dejarlos como testimonio, prueba y documento de lo que fuimos.
Debemos volver al idealismo, las premisas fraternas y los valores prístinos de los padres que engendraron nuestra Nación trabajando los cimientos de un futuro de hombres libres y afectos al trabajo honrado, al estudio conciente y al raciocinio elocuente.
La Nación se construye, la libertad se defiende, los cantos de sirena se derriten en el tiempo como figuras de cera y el sol es la única verdad que ilumina desde la blanca pureza del cuerpo central de nuestra bandera que se aferra a los cielos celestes que nos rodean y prometen un diáfano camino hacia en horizonte sin fin, sin piedras, sin fantasmas, sin odios y sin sombras.
*Director y Editoŕ de SRSur News Agency. Founder & CEO de SRSur Consutoría Estratégica. Consultor de Imagen Pública y Corporativa
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