Milei descubrió que los fallos de mercado también existen
SRSur News Agency 13/04/2024Escribe Diego Dillenberger*
Con los aumentos de las cuotas de las obras sociales prepagas, Milei descubrió que los fallos de mercado también existen.
El Presidente admitió que el mercado de las empresas de salud requería algún tipo de monitoreo. El duro golpe al bolsillo de los afiliados de las prepagas es una lección para un mandatario demasiado confiado en que los mercados se acomoden solos. La triste historia de un ministro de Economía de Alfonsín.
“No existen los fallos de mercado”: el presidente Javier Milei acababa de asumir y era “la” sensación mundial cuando pronunciaba esta sentencia durante su presentación ante el World Economic Forum, de Davos, delante de cientos de líderes empresarios y políticos.
- Repercusiones
Las reproducciones en Youtube y otras plataformas del discurso del economista libertario en el exclusivo centro de esquí suizo suman millones de visualizaciones.
Probablemente nunca un video de un argentino hablando en ningún foro internacional haya tenido jamás tanta repercusión mundial en Internet como el discurso de Milei en Davos.
Pero pasaron menos de cuatro meses de esa afirmación en la que mandó a los “economistas neoclásicos” a volver a las aulas, y ya el gobierno de Milei se dio cuenta de que los fallos de mercado no existen, pero, como las brujas -que tampoco existen- que los hay, los hay.
- Milei, Caputo y las prepagas
Esto quedó claro cuando el ministro de Economía, Luis Caputo, admitió en TN que a las empresas de medicina prepaga “se les fue la mano”.
Inmediatamente después, el Presidente ordenó una investigación por posible cartelización de esos prestadores que aumentaron en tres meses en promedio más de 150 por ciento sus cuotas desde que el gobierno desreguló completamente los precios.
El choque con la realidad de que la teoría económica no siempre se puede aplicar tal como está en los libros de texto tardó poco tiempo: los mercados no siempre son perfectos y por eso muchas veces el Estado tiene que intervenir arbitrando, regulando o fomentando que compitan más.
La historia de los Estados Unidos -país al que Milei admira- es también la historia de sus “fallos de mercado”. Sólo que el país del norte se caracterizó por resolver siempre esos fallos de mercado a veces con regulaciones y otras veces con mayor competencia: pragmatismo puro.
- EE.UU. y los fallos de mercado
En 1911, la Corte Suprema en Washington falló que la empresa petrolera del multimillonario John David Rockefeller era monopólica.
El que hizo la demanda fue nada menos que el Departamento de Justicia.
La Standard Oil de Rockefeller se tuvo que fragmentar en 34 empresas independientes.
Algunas de esas marcas sobreviven hoy, como Exxon o Chevron.
Pocos años después, el Congreso creó una institución que todavía hoy rige la economía estadounidense: la Federal Trade Commission con expertos en leyes y empresas que vigilan constantemente que los mercados funcionen y que no haya “carteles” o monopolios. Y allí donde los monopolios son “naturales”, como en muchos servicios públicos, hay regulaciones para que las tarifas que cobran y los servicios que prestan sean “razonables”.
Otro caso famoso fue el de la telefónica AT&T, que en 1982 fue fraccionada en un sinnúmero de “Baby Bells” para romper el monopolio y generar competencia. Por algo el de Estados Unidos es el mercado más vibrante de las telecomunicaciones a nivel mundial.
Con el arranque del nuevo siglo, el Departamento de Justicia la emprendió contra Microsoft por pretender que su navegador fuera el único en su sistema operativo Windows.
El reclamo venía de un competidor, Netscape, del que ya nadie se acuerda. Pero al final el gran negocio lo hizo el buscador Google, que creó su propio navegador, el Chrome, y le terminó ganando al de Microsoft.
¿Quién es el próximo en la fila? Ahora le toca a Google, ya sentenciado en Europa por abuso en su dominio publicitario en las búsquedas -muchas veces aprovechando información de los medios de comunicación.
Y la FTC estadounidense también la emprendió ahora contra ambos: Google y Microsoft, por sus inversiones para dominar el mercado de la inteligencia artificial.
- No existen los fallos de mercado, pero que los hay, los hay…
El origen del tardío descubrimiento de que los mercados pueden fallar por parte de Milei podría estar en su visión un tanto academicista (quizá dogmática) del funcionamiento de los mercados reales. Milei es Milei y así le fue bien electoralmente, y en las encuestas sigue yéndole bien hoy.
Uno de los momentos de mayor viralización que ayudaron al economista libertario a penetrar en las audiencias de todo el país fue uno de esos ya legendarios “momentos Milei”: en Salta en junio de 2018, durante un acto con el diputado Alfredo Olmedo, una periodista local le preguntó -con bastante pertinencia- por qué el keynesianismo habría funcionado bien en los Estados Unidos de los años 30 y en la Argentina no podría funcionar hoy, como sostuvo desde siempre el político libertario.
La idea de Keynes, muy simplificada: cuando la economía está deprimida, lo mejor que puede hacer un gobierno es imprimir dinero “para que unos obreros caven un pozo y vengan otros al día siguiente y lo vuelvan a tapar”.
El riesgo: imprimir dinero sin sustento puede generar inflación, como se viene comprobando en la Argentina desde hace décadas.
Si las teorías keynesianas funcionaron realmente en los Estados Unidos de Roosevelt en los 30 o si fue recién una década después, al final de la Segunda Guerra Mundial, que el país del norte volvió a crecer vigorosamente, es un debate académico con una biblioteca de un lado y otra, del otro.
Pero aquel Milei en Salta le gritó a la periodista desaforado: “Como dijiste una burrada, voy a desasnarte”. Y el hoy Presidente siguió emprendiéndola contra la periodista: “¿Vos sabés entre qué años fue la Gran Depresión? Fue entre 1929 y 1933″. Siguió aleccionando a su audiencia de periodistas: “Y sabés en qué año se publicó esa mierda (sic) de la Teoría General (de la ocupación, el interés y el dinero)? En 1936″, remató y le preguntó: “¿Me querés explicar cómo hizo Roosevelt para aplicar las políticas de un libro que todavía no se había escrito?
Lo cierto es que antes de que publicara su libro, las ideas del economista inglés no sólo inspiraron a Roosevelt, en Estados Unidos: el dictador Adolfo Hitler en Alemania aplicaba los mismos principios “keynesianos”. Con su ministro de Economía, Hjalmar Schacht, a la cabeza, construía las autopistas con las que después invadiría Europa como una forma de generar empleo e ingreso en una economía deprimida.
Ni Roosevelt ni Hitler esperaron a que se publicara el libro de Keynes para aplicar las ideas del economista británico “progre” porque sus ideas ya circulaban ampliamente en el mundo académico.
Todavía no se sabe qué va a pasar con el mercado de las prepagas, pero sí sabemos que el propio Milei entendió que fue un tanto cándido si pretendía “no ser como Guillermo Moreno, poniendo la pistola sobre la mesa”, como confesó el miércoles en alusión al secretario de Comercio del kirchnerismo en una entrevista con Alejandro Fantino.
¿No habrá un camino intermedio entre decretar precios congelados y obligar a los empresarios a punta de pistola a no aumentar y dejarlos totalmente al libre albedrío?
Hoy en el gobierno de Milei se están preguntando si en diciembre no hubiese convenido sentarse a dialogar con las empresas, después de devaluar el tipo de cambio oficial de 300 a 800 pesos de un día para el otro y derogar los “precios cuidados, justos” y toda esa regulación tóxica que frenó el crecimiento económico durante años.
Juan Carlos Pugliese, un abogado que fue el desdichado ministro de Economía de Raúl Alfonsín en la hiperinflación de 1989, confesó ya sobre el final del mandato del radical: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, en referencia a los mercados.
Javier Milei podría decir hoy, parafraseando a Pugliese, “yo les hablé con el bolsillo, pero no me contestaron con el corazón”.
*Analista de Imagen Pública. Director de la Revista Imagen. Fundador de Consultores PR. Columnista de Todo Noticias.
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