Milei triunfa porque los partidos se desintegraron

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Milei triunfa porque los partidos se desintegraron. El oficialismo no logra construir una “manada política”, es apenas una “jauría improvisada”.

Escribe Eduardo Reina*

Sin embargo se impone porque ni el PRO, la UCR o el peronismo son capaces de ofrecer un proyecto común que trascienda la lógica de la supervivencia individual a través del reparto de cargos.

La política argentina atraviesa un proceso de disgregación profunda.

Tras meses de agravios cruzados, fracturas internas y desconfianza mutua, el acercamiento entre el PRO, la UCR y el oficialismo libertario luce más como una alianza táctica que como un proyecto político duradero.

No hay narrativa común, ni liderazgo integrador, ni visión compartida: apenas acuerdos puntuales para aprobar leyes o enfrentar adversarios circunstanciales.

Este fenómeno de manada política hace referencia a que, en la naturaleza, la manada guía, protege y ordena.

Tiene jerarquías claras, sentido de pertenencia y un instinto colectivo que garantiza la supervivencia del grupo.

En política, los partidos son sólidos, con liderazgos definidos, doctrina, estructura y una narrativa que cohesiona.

Pero en la Argentina actual, esa lógica parece haberse extinguido.

El PRO, creado por Mauricio Macri como una derecha moderna y republicana, ha perdido toda organicidad. Ya no funciona como bloque ni responde a una estrategia común.

Macri no lidera con la misma autoridad; Larreta quedó marginado y Bullrich, aliada hoy del oficialismo, apura y promete revancha para la destrucción final del PRO y los Macri.

Por eso opera sin brújula ni contención y recalca: “participaré en esta elección si se da, uno tiene que colaborar con este cambio”.

El peronismo, que durante décadas fue la manada más poderosa de la política nacional, tampoco logra reconstruirse. Cristina Fernández de Kirchner conserva capacidad de daño, pero no de ordenamiento. Axel Kicillof, su heredero político, no alinea ni convoca. El PJ parece hoy una federación de feudos atomizados, más preocupado por la administración territorial que por el rumbo nacional.

La UCR, por su parte, se encuentra en transición permanente. Sin un liderazgo nacional claro, cada sector opera por su cuenta. La falta de cohesión amenaza incluso sus bastiones históricos. No hay manada, hay supervivencia individual.

Los partidos se transformaron en satélites de figuras personalistas. Porque la lealtad fue reemplazada por el oportunismo. Porque las redes sociales convirtieron a los dirigentes en marcas personales, obsesionadas con la aprobación de sus tribunas antes que con el trabajo de base.

También porque el fracaso de las fuerzas tradicionales para resolver problemas estructurales destruyó la confianza interna. Y sin confianza, no hay comunidad política posible. Se impuso el “sálvese quien pueda”. Y así no se construye futuro.

La pérdida de pensamiento estratégico profundizó la crisis. Ya no hay planificación, ni doctrina, ni cuadros técnicos. Solo urgencia. Se reparten cargos, se negocian silencios, pero no se diseña horizonte.

La política se volvió una selva de individualismos están perdido no saben como contrarrestar el “fenómeno libertario”.

Y cuando desaparecen los valores compartidos -la ética, el sacrificio, la visión común-, la manada se desintegra. Cada cual cuida lo suyo, desconfía del otro; se mueve por interés, no por convicción.

El oficialismo libertario no escapa a esta lógica. No es una manada.

Es una jauría improvisada, unida por el enojo y revancha más que por la pertenencia.

Parece una estudiantina sin estructura ni cuadros, donde reina la obediencia debida y el miedo al destierro. Los pocos que disintieron están, otra vez, fuera del juego.

  • Milei triunfa porque los partidos se desintegraron

Hoy, los partidos dejaron de ser refugios. No ofrecen identidad, contención ni propósito.

En este contexto, Milei triunfa no porque haya construido una manada nueva, ni porque ofrezca un modelo institucional robusto.

Triunfa porque los demás se desintegraron. Porque donde había partidos, quedó confusión. Donde había liderazgos, quedó vacío. Donde había ideas, quedó cálculo.

Su éxito es el síntoma del fracaso de todos los demás.

Aulló más fuerte en medio del caos. Y en una política sin brújula, el grito más ruidoso se confunde con el rumbo.

Pero gobernar no es gritar. Tarde o temprano, incluso el más disruptivo necesita algo más que furia: necesita estrategia, contención y comunidad, necesita una manada y no la tiene.

*Analista político. Columnista de Perfil

Fuente: Perfil

**Las opiniones de los columnistas son de su exclusiva responsabilidad en ejercicio del derecho constitucional a la libre expresión sin censura previa y no necesariamente reflejan la línea editorial de SRSur News Agency

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