Hace unos días se desarrolló una nueva audiencia pública, esta vez para autorizar a YPF la exploración sísmica del área CAN 102, en el mar argentino. Otra vez se escucharon las mismas frases:  estamos en contra del extractivismo, del ecocidio, de las zonas de sacrificio, del holocausto del mar, etc., dichas desde una supuesta superioridad moral. Y acusando de “mercenarios” a quienes hablamos de producción, generación de riqueza nacional y trabajo digno.

Un apasionado expositor dice: “a los gobernantes no se les cae una sola idea, deberían invertir en energías limpias como la eólica, la solar, el hidrógeno verde y alentar el turismo que es una industria limpia”.

En mi nota anterior me referí a los efectos no deseados, que tiene la energía eólica.  Según datos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos, tomando los 863 GW instalados de energía eólica en el mundo, los aerogeneradores matan anualmente por colisión, de 800.000 a 3.000.000 de aves al año. Para 2030 se piensa multiplicar por 10 la cantidad de aerogeneradores instalados. Esto llevaría la cifra de aves muertas de 8 a 30 millones por año.  ¿Significa que debemos cancelar los aerogeneradores? Por supuesto que no. Significa que la tecnología eólica deberá buscar la forma de reducir el impacto negativo sobre las aves.

  • La huella de carbono del turismo

Ahora veamos qué pasa con la tan promocionada industria limpia del turismo.

Según la OMT (Organización Mundial de Turismo), las llegadas de turistas internacionales en 2019 alcanzaron un total de 1.500 millones. El sector mueve 1,4 billones de dólares cada año, supone el 7% de todas las exportaciones de bienes y servicios del mundo. Y da trabajo a 330 millones de personas.

Como contrapartida, un estudio de la Universidad de Sídney ha determinado que la huella ecológica del sector ha superado los 4.500 millones de toneladas métricas, lo que representa el 8% de las emisiones mundiales de GEI. Si esta tendencia se mantiene, la huella de carbono del turismo mundial aumentará hasta un 40 por ciento antes de 2025, cuando alcanzará los 6.500 millones de toneladas métricas de CO2. Los viajes en avión representan el 12% del total de la contaminación que genera el turismo.

Yendo a un ejemplo local, podemos decir que en un fin de semana largo llegan a la costa marplatense 1500 vehículos por hora. Por cada litro de nafta consumido un auto emite 2,35 kg de CO2 a la atmósfera. Ese tráfico de vehículos produce unas 1.700 toneladas de CO2 por día. A lo que hay que agregar, otras emisiones relacionadas también con la actividad turística, generadas por el mantenimiento de las infraestructuras (de hoteles y aeropuertos), así como las emisiones vinculadas a la compra de alimentos, bebidas y recuerdos para los turistas.

Pero ademas del CO2 a la atmósfera el turismo acarrea otros daños ambientales, comenzando por las aguas servidas que triplican sus volúmenes con el turismo de verano. Hasta 2014 Mar del Plata arrojaba los efluentes cloacales de su planta de tratamiento a la zona balnearia.  El caño submarino alivió la situación, pero la contaminación sigue presente. Ya no llega por los efluentes cloacales, sino por los desagües pluviales que terminan en los balnearios. Hoy esas playas demuestran la presencia de Escherichia coli y otras bacterias fecales en concentraciones superiores a las guías internacionales sobre calidad microbiológica de la arena.

El turismo también suele ser poco cuidadoso con los residuos. Un estudio de recolección de basura en las playas bonaerenses estableció que los tipos de contaminantes plásticos más abundantes en las playas fueron: colillas de cigarrillo (19,6%), fragmentos plásticos (18,7%), envoltorios plásticos (13,2%), bolsas plásticas (10%) y restos de nylon (8,1%).

Con el mismo criterio que los ambientalistas extremos se oponen a la producción de hidrocarburos, hace mucho tiempo ya, que algún juez marplatense podría vía cautelar, clausurar todos los hoteles y vallar la ciudad para no dejar ingresar ni vehículos, ni turistas.

  • El agua vale más que el oro 

Es otra de las consignas efectistas usadas por el ambientalismo extremo contra la producción minera. Claro que nadie aceptaría cambiar los aros de oro de la abuela, por dos botellones de agua. Pero la consigna suena fuerte.

Una de las promesas en materia ecológica es el hidrógeno verde. El hidrógeno verde no es un combustible, es sólo un “vector energético”, una forma de acumular y almacenar energía no existe libre en la naturaleza, por lo tanto, hay que fabricarlo y para ello hay consumir grandes cantidades de energía eléctrica, y grandes cantidades de agua.  Se obtiene por la descomposición de las moléculas de agua (H2O) en oxígeno (O2) e hidrógeno (H2). El único residuo que emite es vapor de agua. Hasta aquí se presenta como el reemplazo ideal de los combustibles líquidos.

Pero todavía existen problemas técnicos a resolver como es su transporte y almacenamiento. El hidrógeno es altamente inflamable, por lo que las fugas de hidrógeno generan un grave riesgo de incendio. El hidrógeno se enciende y arde más fácilmente que la gasolina. De hecho, incluso una chispa de electricidad estática del dedo de una persona es suficiente para provocar una explosión cuando hay hidrógeno en el aire. Además, el vapor de agua no es tan inocuo como podemos suponer. Si por el uso masivo en el transporte aumenta su nivel en la atmósfera, combinado con el CO2, el vapor de agua aumenta el efecto invernadero y por ende el calentamiento global.

Para producir “hidrógeno verde” se requieren grandes volúmenes de agua dulce desmineralizada. Por cada kilo de hidrógeno se usan 10 litros de agua. 

El publicitado proyecto presentado por la firma Fortescue en la provincia de Rio Negro, prevé una capacidad de producción de 2,2 millones de toneladas anuales. Esto significa que va a requerir 22 millones de m³ de agua anualmente. Amén de la enorme instalación de aerogeneradores en la meseta de Somuncurá, que significan un riesgo para la población de cóndores de Sierra Paileman.

Ahora bien, todos recordaran el conflicto por el proyecto minero Navidad en Chubut, donde el ambientalismo extremo, produjo una movilización que terminó quemando un diario y varios edificios públicos. Apenas algunos de los escasos habitantes de la meseta, liderados por la joven ex-intendenta peronista de Las Plumas, Marina Barrera, tuvieron la valentía de oponerse a las hordas negacionistas que arrasaron con todo.

Allí la consigna era “el agua vale más que el oro”. Porque supuestamente la minera iba a utilizar y contaminar el agua del rio Chubut, que está a más de 200 km de la mina. La verdad era que el proyecto minero no iba a utilizar agua del rio sino de napas profundas del sitio.

En el Proyecto Minero Navidad, la segunda reserva mundial de plata, que iba a ocupar, cuatro mil trabajadores, la cantidad de agua a utilizar era de 3,6 millones de m³, extraídos de napas a 200 mt de profundidad.

La paradoja es que el proyecto de hidrógeno verde de Rio Negro, promocionado por los ambientalistas extremos, va a requerir 22 millones de m³ de agua, contra los 3,6 millones de m³ que necesitaba Navidad. Parece que el hidrógeno verde ya no es tan verde. Y espero que no se les ocurra llevar otra guerra incendiaria a Viedma capital de Rio Negro.

A esta altura alguien pensará que me estoy oponiendo a la energía eólica, el turismo o el hidrogeno verde. No es así. Sólo retomo la reflexión del ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera: “Es bien sabido, toda actividad humana -desde el construir una casa, sembrar alimentos, cazar y aun andar y respirar- afecta la naturaleza. Nadie vive contemplándola, como sostiene el ambientalismo ingenuo, pues el que lo haga no permanecería vivo”.