En primera persona: el periodismo que ejercemos en el siglo XXI
El periodismo que hoy ejercemos en el siglo XXI pudo empezar con las tablas de Moisés o con los milenarios dibujos informativos en las rocas de Petra o en las cuevas que fueron habitadas por nuestros primitivos ancestros.
Los jeroglíficos egipcios son también crónicas de evolución de la humanidad.
Pasó el tiempo desde el papiro y los rollos sagrados hasta la imprenta de Gutemberg.
La imprenta convivió varios siglos con la pluma que también usaron Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan Bautista Alberdi o Domingo F. Sarmiento, todos ellos con alma de estadistas, a diferencia de figuras contemporáneas que apelan a un ghost writer para que le escriban libros sólo pensados para márketing fugaz y mezquino.
El periodismo en Argentina fue y es una herramienta difusora de ideas modernistas y también un arma de luchas políticas internas.
Desde “El Mosquito” a fines del siglo XIX se satirizaba a Sarmiento dibujándolo con un cuerpo pequeño y una cabeza desproporcionadamente grande.
Ya en el siglo XX, a Hipólito Irigoyen se lo cuestionaba con el apelativo de El Peludo y más tarde, siempre desde el periodismo, a Don Arturo Illia se lo consideraba una tortuga.
En las últimas dos décadas, fuerzas opositoras entre sí, asimilaban a líderes contemporáneos, en forma despectiva, con animales y la comunicación de los partidarios o del mismo periodismo adquirió matices y expresiones vulgares y hasta procaces.
El mundo nos ha mostrado en el periodismo todos los cambios que generó la inteligencia humana y que fue modificando el negocio de los medios de comunicación y la cultura o las exigencias profesionales para cada tiempo. Hemos pasado desde el Morse, la teletipo, la linotipo, la impresión en plomo, la impresión en frío, la Olivetti, la Remington, la IBM, el DOS, la fotocomposición en frío, la desaparición del oficio de corrector con la evolución de Windows y el Word, y podemos observar la caída constante del diario y la revista en papel.
He visto periodistas muy cultos, grandes melómanos, lectores incansables, poetas y músicos que veían en el periodismo un medio de vida, a pesar de ser éste un oficio menor: “ese arte que dura menos de 24 horas” al decir de Borges.
Pero también he visto cómo esos periodistas fueron reemplazados generacionalmente por modelos de pasarela, algunas inteligentes, y también por abogados, economistas, médicos, arquitectos, sociólogos, psicólogos, politólogos…
Fui testigo de momentos en que el cafetero, el cadete, se convertía en periodista brillante. También he visto intelectuales altaneros con más ideología que sabiduría.
He visto periodistas golpistas y grandes demócratas.
Y veo militantes políticos como usurpadores de nuestro oficio, para los que cuenta más el gobierno de turno que la verdad.
Algunas veces, he debido pelear, con saldos exitosos, con trogloditas que por supersticiones impedían el trabajo de la mujer en los antiguos talleres de impresión en plomo y en los más modernos de fotocomposición en frío.
He conocido y conozco a hombres y mujeres íntegros que aman la verdad y el oficio.
También he conocido grandes corresponsales de guerra y cobardes pusilánimes y mediocres competitivos y envidiosos.
Y he visto, igualmente, periodistas honestos y otros enriquecidos por la corrupción y las malas artes del oficio.
He visto desde los teléfonos a manivela, pasando por los primeros portátiles hasta llegar al Android y al IPhone.
Y puedo decir que he convivido con grandes redactores que ejercían un dominio magistral del lenguaje y jóvenes, e incluso veteranos oportunistas, desleales y analfabetos funcionales que no diferencian “hay” de “ay” o que confunden oferta con demanda.
En este oficio he “recorrido el espinel”, pasillos, despachos y gastado suelas para asegurar la veracidad de las fuentes y veo millennials que no se levantan de una silla porque creen que no necesitan chequear ni la hora en que viven.
Así, soy testigo de un periodismo altivo, fogoso, valiente y arriesgado, comprometido con la verdad, y un periodismo virtual sin más pasión que por la cuenta bancaria, las vacaciones y la ventaja de trabajar sin esfuerzos físicos. Me sumergí en este oficio de ejercer la palabra desde los 9 años y lo sigo eligiendo.
El periodismo es una novia ingrata o la forma más divertida de ser pobre según decían la ironía y el humor de viejos maestros.
Pero también el periodismo es una forma de buscar Justicia o consolidar la democracia.
Pero para eso es necesario que los veteranos formemos buenos periodistas, en la escritura, en el decir y en la ética profesional.
En este tiempo, es necesario pensar en un periodismo global, con la mirada puesta más allá de los límites nacionales o continentales porque la realidad contemporánea que compartimos es la de un mundo convertido en aquella aldea que Domingo Sarmiento previó cuando inauguró la primera conexión telegráfica submarina hace nada menos que unos 140 años. En aquel tiempo Sarmiento, tal vez el único, o al menos el mayor, estadista que ha gobernado la Nación Argentina dijo como verdadero visionario: “en 100 años, el mundo será una aldea”.
Y tenemos que recordar, por sobre todas las cosas, que para ser buen periodista es imprescindible ser, antes, una buena persona.
*Periodista argentino, consultor de inversiones e imagen corporativa
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